lorena miércoles, 27 de enero de 2010

Estimada persona que pasó toda la mañana intentando cambiar mi contraseña de Facebook,

Espero que esté muy bien. Yo no la conozco, hoy me enteré de su existencia y, está de más decirle, me encantaría conocerla, o al menos su nombre. Quizá me sorprenda darme cuenta de que efectivamente ya la conozco, sin embargo no puedo asumirlo. Sólo puedo asumir que usted sí me conoce a mí, puesto que ha tratado de entrar a mi cuenta de Facebook.

Es mi deber advertirle que no encontrará allí ninguna información relevante ni privada más allá de los mensajitos de Navidad que mis amigos me dejaron por Inbox. A lo sumo podrá enterarse de a cuál de ellos quiero más, por la efusividad con que respondo. De resto, le juro que mi vida privada no es tan interesante y, de serlo, estaría viviéndola y no divulgándola en Facebook. Cualquier cosa que desee o necesite saber, puede preguntármela con toda confianza a lorebea@gmail.com (la misma dirección adonde me llegan las notificaciones de sus infructuosos intentos de ingresar a mi cuenta). Tenga la seguridad que le responderé con toda la honestidad de la que soy capaz, especialmente si es el precio que debo pagar para que usted no cambie la contraseña de mi cuenta.

Me gusta mucho usar Facebook, por favor no me quite mi acceso a él.

Muchas gracias por su atención, querido señor hacker. Mis mejores deseos en este 2010 y el nuevo año chino que pronto comienza.

Afectuosamente,
Lorena.

lorena miércoles, 13 de enero de 2010

Durante el corte programado de electricidad (cuatro horas, a partir de las 12 del mediodía), pude darme cuenta de lo realmente silencioso que es todo. Reflexioné, aprovechando la paz en mis sentidos, y la fluidez de mi pensamiento, y de cierta forma reduje las características de una urbe a luz y ruido. Sólo esas dos. *sale música incidental*

Pero claro, de estupideces como la anterior no se vive ni se come. Ni mucho menos cambio tres minutos de intensidad -drogada por algo tan ajeno a esta vida caraqueña como lo es el silencio- por la libertad de ABRIR LA PUERTA DEL ESTACIONAMIENTO y salir a hacer mis diligencias. Por no mencionar usar mi computadora, abrir la nevera sin pánico de que todo se pudra dentro o hacer pipí en un cuarto que no esté a oscuras.

Pero hacer diligencias a pie no está mal. Recordé tiempos más simples de mi vida. Recordé que mi mamá no me parió con carro, y que en verdad caminar nunca está de más. Claro, en el momento en que me dije eso, no tomé en cuenta factores como el sol, o la temperatura real en la calle, o que mi zona se caracteriza por sus calles todas en subida (o en bajada, pero si una me cansa, la otra me da dolor de rodilla... De algo tengo que quejarme) y, sobre todo, que caminar por la calle implica necesariamente encontrarse gente en la calle y muchas veces esto termina implicando interactuar con esta gente.

Yo no me considero particularmente anti-social, pero tampoco es muy de mi gusto hablar con nadie en el medio de una acera. Y menos cuando estoy agotada, enrojecida, y sudada. Pero, como no había luz (y no habría por al menos una hora más), todos los negocios estaban en stand-by, a puertas abiertas y con su personal aireándose en las aceras para no cocinarse en esos hornos oscuros en que se habían convertido las tiendas sin luz ni aire acondicionado. Naturalmente, en medio de mi caminata hacia el lugar de mi diligencia, me encuentro con un muy amable vendedor de una tienda de telas que frecuento y, como él no tiene nada que hacer, y yo no sé decir "me tengo que ir" en el momento correcto, comienza la inevitable y razonable conversación acerca del corte de la luz, y las medidas preventivas, y Chávez, y el país, y cómo vamos a terminar suicidándonos todos colectivamente.

Cuando logro deshacerme lo más politemente posible de mi interlocutor, llego a la Cosa-Comunal de Chacao (no sé cómo se llama) donde, por supuesto, no estaban atendiendo a nadie porque "no hay sistema" (no podría enumerar las veces que he escuchado tal frase en los últimos años; de hecho, creo que no he entrado a un solo recinto burocrático sin escucharla, dirigida a mí o a alguien más). Afortunadamente yo venía a buscar un papel que en teoría ya debía estar impreso, firmado y sellado; pero eso no evitó que escuchara las quejas de la cola de gente que esperaba afuera del lugar, entre ellas una señora de 83 años que por alguna razón me escogió como su nueva herramienta de desahogo y procedió a explicarme exactamente dónde vivía, y a dónde había ido antes a pedir su Carta de Viudez, y cómo de ahí la habían mandado para acá, y qué autobuses había cogido para tal trayecto, y cómo ahora no sabía si la atenderían, y cómo deberían tener un servicio en que las personas mayores dejan los recaudos y los documentos se los mandan a la casa. Realmente a la señora no le faltaba algo de razón, pero yo ya no tenía energía espiritual ni intelectual para responderle con algo más que una tímida afirmación con la cabeza; y en verdad dejó de caerme bien cuando llegó MI turno y se abrió la puerta del recinto y ella se abalanzó sobre el funcionario en cuestión (y me dio un codazo, gracias) y procedió a quejarse con él, ignorando absolutamente que yo estaba antes en la cola y sin imaginarse que yo honestamente estaba considerando cederle mi turno de todas maneras. Igual me sentí un poco mal cuando le dijeron que debía volver al día siguiente porque "no había sistema" (JA), pero cuando realmente lo LAMENTÉ fue cuando ella comenzó a plantearle al señor la cuestión del servicio especial para la tercera edad, y BLAAAAAABLAAAAAAAABLAAAAAAAAAAAAAA. Una parte de mi cerebro se quedó dormida mientras la otra se decía "si ella realmente tiene tanta energía y entusiasmo como para explicar esto tres mil veces, nada le costará volver mañana".

En fin, al menos yo terminé con mi papel en la mano, y me fui deseándole suerte a una chica que necesitaba no sé qué cosa para su cita del pasaporte mañana, a quien le habían prometido tenerle eso para hoy y se encontró con un "ven mañana, que está listo pero la Registradora no lo ha firmado". Qué consuelo. No se shockeará con la nueva experiencia de viajar con el dólar a 4,30 porque no tendrá pasaporte para salir del país, YEEEEI.

En conclusión, si hay algo que lo hace sentir a uno, habitante de Caracas, en un verdadero sobreviviente de una urbe, es el caos generalizado que se vuelve esta ciudad desde las 6 de la mañana hasta las 9 de la noche porque, si somos sinceros, la Hora Pico es sólo la cumbre de una escalada de desorden, ruido, contaminación, mala educación, etcétera que, en realidad, se extiende mucho más allá de que se haya metido el sol (cosa que, ahora, tampoco es mucho decir, pues a las 6pm ya prevalece la penumbra).

Pero ahora Caracas, o al menos mi zona, se convierte en una especie de pueblo europeo chimbo, de esos en que todo se paraliza a partir de la hora de almuerzo porque luego hay que dormir la siesta, cuando no hay luz. Sin embargo, yo sé que, cuando nos acostumbremos, el corte de electricidad será todo un respiro entre tanto caos, y no simplemente una extensión e intensificación del desastre tercermundista en la oscuridad y el calor. La siesta se impondrá como toda una nueva institución, y yo la promoveré felizmente desde mi casa, hasta que a Chávez le dé la gana de dejar darle excusas al país para volverse cada vez más improductivo.

Qué día tan interesante, pana.