lorena lunes, 31 de agosto de 2009

Por fin me he dado cuenta de que hay un problema con mi memoria reciente. No que me acuerde mucho ni demasiado bien de las cosas del pasado remoto, pero el tema de olvidar qué hablé con quién, o qué es lo que vine a buscar en este lado de la habitación, o cuál era ese término que un milisegundo antes de abrir Google sabía que tenía que escribir ya me está sacando un poco de quicio. No es que tenga demasiadas cosas en la cabeza, así que creo que todo puede deberse a que no haya demasiado espacio allá adentro. No sé siquiera cómo se empieza a solucionar eso, pero creo que si lo pienso demasiado me puede dar un paro cerebral, o se me termina de llenar la memoria y quién sabe.

Otra cosa que a veces me preocupa un poco es cuando, en una conversación, le repito a una persona la misma frase que le dije dos segundos antes no porque no me acuerde de haberla formulado, sino porque ya no recuerdo si la dije en voz alta o sólo la pensé. Esto no sería tan grave si esta repetición de la frase produjera en mi interlocutor más la sensación de un dèja vu regular, y menos la de "¿por qué Lorena me está diciendo esto otra vez, y con cara de retrasada mental?" (esa cara que pongo cuando no estoy muy segura de algo, que debo haber mencionado en posts anteriores... ¿creo?) Este mismo caso de la repetición se vuelve aun más grave cuando la frase en cuestión es una respuesta a una pregunta, entonces se imaginarán lo desconcertado que se siente mi interlocutor cuando le ofrezco la misma respuesta a dos preguntas diferentes, formuladas consecutivamente. Él debe pensar que lo creo idiota, pero la verdad estoy más ocupada pensando cómo no parecer yo tan idiota.

Ahora, he descubierto que la peor enemiga de mi memoria es mi creatividad. Sí. He descubierto que soy como el tipo de A Beautiful Mind y mi propia genialidad atenta contra mi cordura. Soy genial de una manera muy específica, o mejor dicho, para una tarea muy específica: Inventar preguntas secretas para recuperar contraseñas de páginas de internet. Brillante. Soy absolutamente brillante para esto. Soy como esos genios incomprendidos, cuyo arte parece ser insignificante, ingenuo, intrascendente, pero sólo cierta mirada clínica, o cierta sensibilidad especial sabe reconocer los destellos de auténtico talento que existen en tales obras. Me pasa algo similar, y cuando me toca colocar una pregunta secreta en alguno de estos sitios como Gmail o Facebook o el Banco Lo que sea, o cualquier cosa de esta naturaleza, una energía mística se apodera de mí y... magia. Simplemente eso. Magia. Mis manos en ese teclado te hacen magia y cada pregunta con su respectiva respuesta son una pieza única y genial, absolutamente indescifrable, absolutamente críptica, absolutamente desconcertante, incluso para mí cuando, meses después, intento recuperar alguna de estas contraseñas (porque también me pongo creativa con esto y si no uso la página frecuentemente luego no tengo ni la más remota idea de qué fue de la vida de mi password) y me encuentro con una de esas preguntas brillantes y poéticas, que seguramente remiten a una respuesta igualmente elevada. O probablemente sea alguna estupidez; el caso es que SIMPLEMENTE NO PUEDO RECORDARLAS.

Ya me ha pasado como en cinco ocasiones, y no exagero. La primera vez que me pasó esto fue cuando quería recuperar el password de mi primer correo de Gmail y la pregunta secreta era:

¿Quién?

¿QUIÉN QUÉ COSA? ¿CÓMO QUE QUIÉN, CHICA?

Al principio pensé que era como la pregunta genérica de Gmail, pero luego caí en cuenta de que era una pregunta que yo misma, en medio de mi trance -léase ESTUPIDEZ- había escrito. SÍ, SÚPER SEGURA. Les aseguro que NADIE me crackea ese password, ni siquiera yo. Probé con los nombres de mis directores favoritos, mis amigos, mis familiares, mis mascotas, mis objetos (sí, la misma maña que tiene cierta gente de bautizar a ciertos objetos, pero yo ya lo superé), mis profesores, mis vecinos, mis toda vaina, pero realmente no lo pude lograr. Ni mucho menos pude lograr recordar en qué demonios estaría pensando cuando decidí poner esa pregunta "secreta". Es que tengo unos secretos tan oscuros y bien guardados que ni yo misma los recuerdo ¬¬

Ha habido otras casi tan estúpidas como "¿Cuándo?", "¿Qué color?", o el original ejercicio de completa la frase "En casi cualquier condición..." o algo así fue la tarupidez que se me ocurrió. La última me la topé hace poco, en mi propio Gmail actual, y rezaba:

¿Quién soy yo en la escena?

Oye, mucho más concreta. Uno diría que he aprendido algo y que pasé de los adverbios en solitario y los juegos de Complete su Metáfora Absurda a preguntas concretas que no olvidaría tan fácilmente. Además, es una pregunta en la que claramente se identifica el sujeto por el cuál se pregunta (yo en cuestión, medio egocéntrica para variar), además de la situación específica. Ahora, la gran pregunta del millón: ¿QUÉ ESCENA? ¿DE QUÉ RAYOS ESTABA HABLANDO O EN QUÉ ESTABA PENSANDO? Y lo más gracioso de todo, ¿qué "escena" era tan transcendental para mí en el momento de escribir eso de forma que yo estuviera tan segura de que era algo que jamás olvidaría, que para mí siempre estaría tan claro qué o cuál era la escena y qué papel desempeñaba yo ahí? De verdad, esto me hace sentir como esos profesores de Arte que ponen todo su esfuerzo en trasladarse a la época y la psicología de X artista para tratar de interpretar qué quisieron decir o qué pensaban y sentían en el momento de crear su obra. Aunque en mi caso es mucho más frustrante que en el de ellos porque: 1. Se reemplaza el sentirse intelectual por el sentirse estúpido, 2. Se reemplaza la esperanza y cierta confianza de estar en lo cierto por la certeza de que respondí mal porque Gmail no me deja recuperar la contraseña y punto.

Me resignaré a colocar el apellido de soltera de mi madre, el nombre de mi primera escuela, o algún otro de esos datos imposibles de averiguar, especialmente gracias a Facebook.

lorena sábado, 29 de agosto de 2009

lorena miércoles, 12 de agosto de 2009


Hace ya casi dos meses, en el avión desde Caracas a Madrid, tocó en el asiento a mi lado un señor mayor (76 años), de origen español. Naturalmente, porque los ancianos siempre tienen necesidad de hablar, y porque yo debo tener un letrero en la frente que dice "hábleme a mí", el señor comenzó a buscar conversación. Lo raro fue la manera, pues su primera pregunta fue que si yo comía mucho pollo. AH, CLARO. Respondí que normal, supongo. Entonces procedió a preguntarme si yo sufría de estreñimiento, y yo procedí a preguntarme sobre las costumbres de principios del siglo XX, y si la salud digestiva/intestinal de la gente era un tema común de conversación ("tiempos más simples", me dije). Para no entrar en detalles, le respondí que no; pero se lo dije con esa cara de idiota que pongo cuando no tengo certeza de algo, entonces me preguntó (él de verdad quería saber) que si yo iba al baño todos los días.

OMG. NO, SEÑOR, NO VOY AL BAÑO TODOS LOS DÍAS, ¿ALGÚN PROBLEMA? ¿ALL-BRAN LO PATROCINA A USTED O QUÉ? DÉJEME DECIRLE QUE ELÍ BRAVO HACE MEJOR SU TRABAJO QUE USTED.

Obviamente no se lo dije así, sino sólo un tímido "no" con la misma cara de idiota mencionada anteriormente, sólo que ahora sonrojada. Entonces el señor me dijo que esa era la razón de mi acné (?) y procedió a explicarme detalladamente tooooodos sus hábitos alimenticios, que había dejado de comer carne y tomar "fresco" hacía 40 años, que no comía casi pollo y sí muchos vegetales porque no-sé-quién siempre le decía: "la salud no está en la medicina, sino en el monte" (creo que no-sé-quién hablaba de otra cosa, mas dejemos al viejito comiendo feliz su monte, pues). Y luego devino la tradicional charla (monólogo-sermón, más bien), leit motiv de todo encuentro real, literario, cinematográfico, etc, entre una persona muy joven y una persona muy mayor: Sé buena, no hagas a nadie lo que no quieres que te hagan a ti, mi mamá siempre me decía "Haz el bien y no mires a quién" (en verdad era Miguel Ángel Landa, pero interrumpirlo para aclararle eso me daba pena), que él nunca había ido a un médico sino hasta hace poco por el oído (más sordo que una tapia, por cierto), pero que él siempre había tratado de hacer las cosas bien, que había leído mucho sobre medicina, y hasta me prestó una fotocopia de un artículo de periódico sobre la cura de la diabetes gracias a las células madre; o algo así.

Hablamos (o él me habló) de muchas cosas, pero llegó un momento en que a mí ya se me cerraban los ojos, por la hora, y porque yo soy así, pues. Pero este señor me dio mucha ternura, vestido como estaba con su traje azul, corbata y todo. Como antes, que uno se vestía para viajar.

Aunque al principio me frikeó un poco, al rato le agarré cariño. Y en verdad le agradecí su gentileza de preocuparse por mi acné y mis hábitos gastrointestinales.