lorena martes, 28 de abril de 2009

Más fino el Farmatodo chimbo
Siguiendo con las revelaciones, también el sábado pasado descubrí que Farmatodo no es la solución a todos mis problemas y que su abocamiento a resolver mi existencia no es incondicional, a diferencia de mi amor por Daniel Armando.

Y volviendo a los hechos públicos, uno de los relacionados a esta existencia mía antes mencionada es el de mis adicciones pasajeras. La verdad es que con el tiempo he descubierto que hay mucha más gente así de lo que yo pensaba, pero no deja de preocuparme un poco cuando esa maña que me da de comer algo (seeeeeh, siempre me da por comer algo, no tengo esas adicciones saludables como fumar o sobreejercitarme) termina llevándome a Farmatodo en horas de la madrugada sólo porque tengo que comer chocolate.

O Mentos. Que es el motivo del presente post.

Quien me conoce bien, o por lo menos quien me ha acompañado en alguna de mis expediciones a Farmatodo (o quizá me ha escuchado pedir que me lleven a Farmatodo, o mencionar lo mucho que me gusta ir a Farmatodo, información que surge prácticamente en todas mis conversaciones), sabe que casi todos los problemas de mi vida se resuelven con una visita a Farmatodo, que Farmatodo es mi aliado incondicional para todas las cosas, que sea una sesión de estudio, una visita familiar, un almuerzo con amigos, una película en mi casa, todas las ocasiones sociales siempre encuentran arreglo en el multifacético Farmatodo; que el shopping de cosméticos entre amigas es indispensable para mi felicidad (y al parecer para la de Adriana cada vez que regresa a Caracas); que aunque superé mi época de homeopáticos y de toallitas húmedas, entré en la de las Oreo Tipo Americano y los caramelos masticables, y agradezco a Dios que aún no he probado la maquinita de imprimir las fotos porque quien sabe si termino tapiando mi casa en papel fotográfico (por no hablar del desfalco de todas las cuentas bancarias de la familia).

Y bueno, la verdad, ante la necesidad imperante de Mentos que sentía esa noche, confié en mi aliado indiscutible y me dirigí casi automáticamente hacia la psicodélica casita azul y blanca, todo un hogar en todo sentido. Más que un hogar. Un hogar plenamente abastecido.

Menos de Mentos.

Recorrí con ansiedad todos los pasillos atestados de toda variedad de productos tan innecesarios como irresistibles, sin encontrar por ningún lado ni un miserable cilindro con pastillitas masticables. Y allí me di cuenta. Con un vuelco del corazón, la idea se formó en mi mente y, en cierto sentido, mi vida cambió.

Farmatodo no vende Mentos.

A pesar de la importancia que tuviera en ese momento para mí el conseguir Mentos y superar la ansiedad de masticar algo que no me dejara sabor a petróleo en la boca (razón por la cual siempre prefiero los chews al chicle), esta falta realmente se proyectó como una nueva verdad en mi vida que, por más que me costara aceptarla, debía asumirla si no quería repetir las frustraciones en el futuro.

No todo en mi vida se soluciona en Farmatodo.
Ni siquiera, necesariamente, las cosas más sencillas. Como un Mentos a las 10.30 de la noche.

Especulé. Estaba segura de haber comprado Mentos en Farmatodo antes; si no en ese Farmatodo, en algún otro. No tenía sentido que la cadena Farmatodo no distribuyera Mentos, pero tampoco tenía ningún sentido para mí el que una chuchería tan sencilla -pero tan indispensable para mí ahora- no fuera tan accesible como parecía serlo todo tras el mágico umbral azul-y-blanco de la franquicia.

A pesar de que ni siquiera encontré cajas de Mentos vacías, supuse que simplemente se les habían acabado y no habían repuesto. Y que, obviamente, era culpa de la Mentos Factory -o como se llame- no haber abastecido adecuadamente a nuestro fiel Farmatodo. Sí, debía ser eso. Hay acaparamiento de Mentos en algún lado, los guardan apilados junto al papel toilette y la mantequilla (y la vocación de servicio y la buena ciudadanía, entre otras cosas que ya no se consiguen en este país).

Y allí me encontraba, caminando perpleja hacia la salida. Ansiosa aún, buscando la resignación en mí, sin encontrarla. Nunca olvidaría que había sucedido. Había entrado a Farmatodo buscando algo concreto pero sencillo, y salí de allí sin aquello entre mis manos. Era lo único que quería, y Farmatodo no había sido capaz de proveérmelo. Atravesé la puerta mágica sin Mentos, pero con una crema limpiadora facial, un paquete de Oreo Tipo Americano, unos caramelos masticables sin azúcar y un bolibomba de menta.

lorena domingo, 26 de abril de 2009

Ayer descubrí que mi amor por mi perro es realmente incondicional. Suena cursi y estúpido, pero mi atribución de importancia a este descubrimiento es absolutamente honesta. Ha sido para mí casi una revelación.

Para comenzar, debo acotar que mi perro (Dan) no es mi perro, sino el perro de mi abuela, y nos visita los fines de semana (mi abuela, y también el perro [Dan]). Pero en realidad es como el perro de la familia, aunque viva con mi abuela. También, es hecho conocido el que mi perro (Dan) y yo tenemos una relación muy estrecha que se fundamenta en el hecho de que él es bonito y yo le dejo lamerme la cara. Ambos y todos supusimos que en esos dos puntos se basaba nuestro amor recíproco. Yo defiendo de las tijeras y las rasuradoras su linda pelambre, y él... bueno, él me lame la cara cada vez que puede y ya.

Mi perro (Dan), tiene varios sobrenombres (porque rara vez llamo por su nombre ninguna de las cosas/personas que realmente quiero), entre los cuales destacan "gato", "danpo", "poto", "poti", "coso" y demás estupideces propias del sistema mononeuronal en que se ejecuta mi cerebro cuando tengo algo cuchi cerca (aplica para los bebés y todos los animales chiquitos en general). Pero el que más viene a colación en esta ocasión es el apodo de "oveja", muy bien colocado, debo decir, puesto que honestamente mi perro parece más eso, o una nube, o una bañera llena de espuma, o en general cualquier cosa blanca, esponjosa y medio amorfa. Amo a mi oveja con desriz, debo decir. Y eso implicaba que ante cualquier insinuación de que era hora de “peluquearlo” salía yo cual madre superiora a defender la castidad del pelo de mi Daniel Armando (y su original estética ovejuna que lo diferencia de todos los poodles con permanente de esta ciudad).

El viernes, noto una extraña tensión en el ambiente. Me sorprende, además, la presencia de mi abuela en mi casa una mañana de entre semana. La noticia, con aquella gravedad: a Dan (mi perro) tuvieron que cortarle el pelo. Yo, obviamente, me molesté un poco; pero como estaba conciente de que mi molestia era absolutamente irracional, simplemente acepté resignada. ¿Qué se le va a hacer? Luego, la larga e innecesaria explicación (o al menos innecesario el tono de excusa) acerca de los nudos en el pelo y las enfermedades, y blah. Me tuve que ir a la oficina sin poder quedarme y esperar que mi perro (Dan) regresara de la tienda de mascotas con dos kilos menos de pelo encima (y yo me fui con dos kilos de prejuicio más).

El día sábado, debo buscarlo para llevarlo al veterinario porque tiene otitis. Llego a casa de mi abuela con un poco de susto, porque ya me habían advertido: "Dan (mi perro) parece un ratón". Sí, es otro perro, mi perro ya no es nada sin su pelo, todo su charm desapareció, bueeeeh, qué se le va a hacer, pobrecito, ya le crecerá y lo volveremos a querer. Estoy preparada, además, para verlo decaído, porque según mi abuela desde la noche anterior estaba como nervioso, sin dormir ni comer ni jugar, aparentemente extrañando la pelambre (y obviamente con la molestia en el oído por la cual lo llevábamos al veterinario).

Cuando lo vi, confirmé que efectivamente parece un ratón. O un chihuahua. O una salchicha. O cualquier cosa flaca y alargada (Saúl). Si alguien creyó que mi perro/oveja era obeso (porque efectivamente era redondo), pues le informo que todo era efecto visual de los pelos de seis centrímetros. Dan es puro hueso. Bueno, y músculo y sangre y tal; pero está absolutamente en la línea. Claro, la hiperactividad y el ser una ladilla sin descanso lo tienen así. Y sigue siendo igual de adorable como es siempre :) Comprobé que no quiero a mi perro (Dan) por sólo el placer visual de verlo con sus millones de pelos ondeando (sí, ONDEANDO) al viento cuando corre, o porque se ve tierno e indescifrable bajo esa cobija blanca y enmarañada. Y es que con la personalidad atorrante que tiene, lo malcriado que es, por no hablar de lo regalado y facilista, incluso flojo que es a veces, uno piensa: al menos tiene el pelo bonito.

Y ahora, siendo una oveja trasquilada, sigo pensando que es una preciosura y sigo volviéndome aun más tarada de lo que soy normalmente cuando lo tengo cerca y me alegra que sea tan juguetón y cariñoso e incapaz de quedarse quieto un segundo, aunque me llene de baba (y se haga pipí en el piso de mi baño por alguna razón que no comprendo). Y lo amo, sea una oveja, un ratón o una serpiente -o quizá, algún día, un perro normal y corriente (si supera tanta esquizofrenia zoológica)-. :)


Sí, sé que Milagros Socorro espera que escriba algo más inteligente que esto, pero poco a poco... No se le pida peras al olmo.

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La tira cómica en el encabezado pertenece al cómic Count your sheep, no estoy segura si lo había linkeado antes en el blog, pero por si acaso...

lorena viernes, 24 de abril de 2009

Pues ella, quien ahora es mi profesora, nos dijo a todo el curso que teníamos que buscar la manera de mantener la mano caliente (o algo así), refiriéndose a crear el hábito de escribir con frecuencia. Yo lo hago con frecuencia, aunque por mi naturaleza indisciplinada, pocas cosas en mí pueden llamarse hábito más que cepillarme los dientes o bañarme -porque ni siquiera hago todas las comidas y todos saben que puedo aparecer en cualquier sitio sin peinarme-.

Yo voy a intentar tener algo de disciplina en esto, por acá porque este blog es algo a lo que le tomé cariño y nunca quise abandonarlo para siempre, y porque de cierta forma me obliga a salirme de la laguna de abstracciones constituida por todo lo que escribo por estas fechas. Escribir aquí de cierta forma me obliga a explicarme, a dar a entender mis ideas y no sólo lanzarlas a un basurero conceptual; y además me ayuda a mantener el vínculo con mucha gente -si logro recuperar a mis 7.8 lectores- a la que no sólo quiero, sino cuyas opiniones y criterios valoro muchísimo.

No prometo nada, pero lo voy a intentar :) Además, no hay que desperdiciar los reales del curso, que por cierto los puso la oficina de mi mamá -que por cierto es mi compañera de clase, junto a su socio-, y al menos si no salgo de ahí con una novela escrita quizá salga con el blog renovado, un poco más de disciplina, y la cabeza más ordenada.

¡Ah! El curso se llama algo así como Imaginación y Géneros Literarios, y estaré metida ahí todos los martes del próximo año. O casi todos. Y seeeeeeh, me encanta estar metida en un salón de clase, ¿algún problema?

Obviamente me siguen pasando cosas absurdas y estúpidas, o yo sigo viendo con estupidez las cosas normales que me pasan. Tengo tiempo que no voy al cine, lo cual me hace sentir like crap. Pero eso pronto se arregla, como todo. Tengo como esperancitas. No sé, estoy contenta y ya, PUES. ¿CUÁL ES? (sí, aparentemente también tengo complejitos paranoicos y miedo al ridículo).

He perdido la práctica en esto, JAAAAAAA. Pero prometo que los próximos (si no decido esta tarde que es mentira que tengo la constancia para escribir acá) post serán más articulados y, preferiblemente, hablarán coherentemente sobre una sola cosa, tratando de quitarle en lo posible la "divagancia" que caracteriza todo lo que escribo, hablo, pienso, explico, etc.

A veces siento que todo en mi existencia es como esas anécdotas que no tienen sentido cuando echas el cuento, sino sólo cuando estuviste ahí. Mi vida es un chiste interno conmigo misma. Y no que a nadie le interese, pero mi ejercicio será convertirme en un chiste para todos :D O bueno, un chiste que todos entiendan, quiero decir. Bueno, no un chiste. Una anécdota. No, tampoco. Bueno, ustedes entienden. (no, en verdad no, pero tampoco importa).

El punto es que tengo que escribir con frecuencia porque Milagros Socorro me lo dijo.