lorena lunes, 12 de octubre de 2009

Con respecto a aquel día en que leí mi cuento en el curso, me he dado cuenta de que esto de darme un tiempo para escribir sobre eso me ayuda a despejarme y aclarar las ideas que debo expresar; tanto así que he olvidado casi absolutamente todo lo que sucedió y lo que quería decir al respecto ¬¬ Pero así soy yo, y como ya a lo largo del post me lamentaré suficiente por mi falta de talento, no le añadiré lamentos sobre mi falta de memoria. Y, sin duda, las cosas importantes son las que recordaré, ¿no?

En fin, el texto que presenté es una historia que originalmente quería escribir como un monólogo para teatro, pero como para eso soy incluso más fracasada que para la narrativa convencional, terminé escribiéndolo como un cuento, con enormes vericuetos reflexivos que son imposibles de representar por ninguna actriz y que terminó siendo más bien una especie de planteamiento pseudo filosófico sobre el sentido de la vida. Aquí se puede partir para el punto número uno de mi error como intento de escritora:

Mi texto se constituía básicamente en una reflexión sobre la vida. Sí, por amplio que suene. En fin, es un cuento que para mí habla sobre el hecho mismo de la vida y sobre esta como un tránsito independiente de las atribuciones e interpretaciones humanas sobre ella y sobre lo que ocurre después de ella. Por supuesto que yo no comienzo a escribir nada con esas ambiciones y grandilocuencias en mi cabeza, simplemente parto de algo tonto y simple como "qué ladilla hacer un testamento" o qué sé yo, y luego yo misma engrandezco mis ideas tildándolas de profundas y reflexivas. Porque eso sí, puede que yo no escriba muy bien, pero si no hay pruebas (léase, los productos mismos de mi afán de escribir), puedo fácilmente convencerlos de que lo hago perfectamente bien (sobre mis habilidades para montar parapetos argumentativos, y dotar de verosimilitud a las falacias más obvias, hablaré en otro post).

El punto es que toda la reflexión de mi personaje gira en torno a la vida y su sentido, y sobre si realmente esta ha de tener un sentido, más allá de ser un hecho que ocurre y transcurre; y muy poco, casi nada, sobre la muerte. Irónica, o necesariamente, el personaje que a mí me hablaba sobre esto era un personaje al borde de la muerte. Es decir, escribiendo, sentí la necesidad (quizá simplemente porque no se me ocurrió algo mejor) de que el personaje se enfrentara a la posibilidad de su propia muerte para así disparar una evaluación de su propia vida. Y, así, todos los lectores del texto de forma inmediata asumieron que mi historia se trataba sobre la muerte, que mi pretensión era reflexionar sobre la muerte y sobre los sentimientos de una persona en su lecho de muerte. Y para mí la muerte era sólo una excusa; pero claro, como bien dice Milagros Socorro, yo no puedo ir de puerta en puerta y llegarle a cada lector y sentarme con él a explicarle: Señor, fíjese, mi novela que está leyendo, esa que usted tiene en su mesita de noche, sí, esa, se trata de esta y esta cosa y tiene este y este significado y usted debe interpretarla de esta y esta forma.

Entonces, pues, ahí está el problema de fondo de mi escrito, aunque considero que es irresoluble, por el momento. Ahora podría ponerme a disertar largamente acerca de literatura y hacer un análisis del (poco) valor de mi texto como cuento y como ensayo, pero no lo haré, porque ustedes merecen algo mejor y porque yo merezco no tener un blog aún más aburrido, entonces me quedaré con el interesante dilema de: matar a mi personaje (sacándolo de la circunstancia que lo hace quien es), o matar mi idea (cediendo en que es un texto que habla sobre la muerte); y como todos sabemos, soy una sensiblera con tendencia a desarrollar amor desmedido por todo lo que es imperfecto y no vale la pena, así que mi personaje vivirá, al menos hasta que yo madure. Y está bien, es un texto sobre la muerte :)

Pasando al tema del personaje principal, se trata de una mujer en sus cuarentas, con una enfermedad terminal que la tiene postrada en cama y que en cualquier momento podría llevársela. Se le presenta, entonces, el escenario de hacer un testamento, que es el disparador de su reflexión y evaluación de su propia vida. La crítica de algunas personas (incluida Milagros) fue que el personaje no era creíble como persona de cuarenta años. Claro, yo tengo venticuatro y poca imaginación. Entiendo plenamente el problema, mas no cómo solucionarlo, así que en muchos sentidos creo que es cuestión de que el texto y el mismo personaje maduren en mí.

La otra crítica, que salió de Milagros y que es, quizá, la única con la que no estuve de acuerdo (cosa que no pude expresar, con toda razón, pues es la dinámica de la clase), es que le faltaba más sucio al texto. Es decir, que estaba muy limpio, jajajaja xD (no, en serio, lo expresó así, literalmente :P). Significa que ella sintió que el texto tenía poca referencia sensorial al hecho de la enfermedad, de la postración en cama, del olor a medicamentos, del desahucio, de la casi miseria que es convivir con una enfermedad terminal. Lo comprendo perfectamente, pero aquí ya es caer en el tema del gusto y el estilo. Es decir, acepto y respeto plenamente que no le guste y que, efectivamente, le haya hecho falta más de aquello, pero -y con el riesgo de sonar arrogante- no lo consideraré un error. La omisión de las descripciones más acusadas sobre el ambiente, las sensaciones o los detalles relativos a la enfermedad no es producto tanto de la ignorancia (igual, el aparato que tengo en la cabeza me ayuda a recordar cómo es una clínica, cuando necesito acordarme de ello) o de una falta de arrebato, del personaje y sus circunstancias, en mí cuando escribía. Es una decisión estética y que, además, pretendía justamente ser cónsona con ese planteamiento original de la muerte y su presencia latente como una mera excusa para hablar sobre la vida. Una visión casi platónica de la vida que, naturalmente, poco sabe de sondas, de suero, de vómito y de olor a lo que sea; al menos en mi visión estética y estilística, en el caso de este relato en particular. Por otro lado, pensándolo ahora, me es claro que, dado que el texto está escrito en primera persona, estas alusiones arriesgarían con convertir la narración en un derroche de autocompasión; y el personaje dicta lo contrario.

Pasando a la nota feliz, a pesar de estas críticas, el texto fue muy bien recibido, sobre todo por ser fácil de leer y porque en opinión de algunas personas mantuvo su atención de principio a fin. Obviamente me enorgullece decir que la redacción y la ortografía fueron evaluadas como perfectas, pero eso se le agradece a Andrés Bello, a mi mamá y al chip que tengo fundido en la cabeza y que me produce una enferma manía de escribir, si no bien, correctamente. Desvivirme por el idioma castellano es producto de una bien ponderada mezcla de locura y amor por este, y así, la discusión de mi cuento se centró meramente en el contenido.

Y el que fue, obviamente, el mejor -pero más amenazante- de todos los comentarios, fue el de Milagros, al decir que tras leer el texto había decidido que debía ser más exigente conmigo. Algo así. El punto es que me pidió que me volviera a apuntar para leer el semestre próximo. El problema es que, como octubre ya está aquí, ya es el semestre próximo. Y me siento como invitada a una fiesta para la cual no tengo vestido que ponerme.

Está de más decir que la experiencia de escuchar a todo un salón de clase opinar sobre lo que escribí, sin yo poder decir una palabra para explicar o justificarme, fue increíble. Era casi como poder leerle el pensamiento a la gente. A pesar de que me fue mejor de lo que esperaba, aprendí muchísimo (lo digo como si sólo de los desastres y los insultos se aprendiera, pero ustedes entienden lo que quiero decir). Y también me da un poco más de miedo leer nuevamente, aunque tengo un poco más de confianza en mí, en que no voy a tener un ataque de epilepsia en pleno salón de clase y en que no provocaré ataques de epilepsia en mis lectores con mi mediocridad.

Para leer el texto, tal cual lo presenté en clase, puede hacer click acá. Para leer el texto con las correcciones que he ido haciéndole poco a poco, cómprese una máquina del tiempo y viaje a algún momento, años de terapia de aquí, en que yo haya logrado publicar mi primer libro.


PD: Como demostración de que, oficialmente, soy la persona más inconstante del mundo, ya, a estas alturas, he abandonado el Twitter.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lore te entiendo tanto con la critica de la falta de sucio...

cuando mostre mi novela a algunas personas, una me dijo que a mis imagenes sensoriales les faltaba detalle...


Pero si yo no quiero ser Umberto Eco y describir cada detallito de lo que pasa en mi obra????

jeje

te quiero!

lorena dijo...

¿Novela? ¿Qué novela? ¿Por qué escribiste una novela y no la he leído? ¡Mándame tu novela?

La dire es lorebea, es un gmail...

¡MANDA!

Te quiero también :)